Bernardo Gutiérrez Parra
Desde que andaba en campaña, Santa Lucía fue la propuesta de López Obrador para un nuevo aeropuerto en lugar de Texcoco. Ya como presidente su propuesta se convirtió en capricho y como bien sabes lector, Santa Lucía se reconstruye a pasos acelerados para convertirlo en el Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles.
Si Santa Lucía es inviable por razones de sobra conocidas, no lo es para el tabasqueño que ordenó continuar los trabajos a pesar del coronavirus.
Santa Lucía se ha convertido en una de sus faraónicas obsesiones al grado que será inaugurado el 21 de marzo del 2022, con un ahorro –según dijo- de 100 mil millones de pesos en comparación a lo que se iba a gastar en el aeropuerto de Texcoco.
Esta es una mentirota marca AMLO. El costo total de Santa Lucía será de 172 mil millones de pesos; cuatro mil millones por encima del NAIM cuya inversión era de 168 mil millones de pesos.
Otro avalúo hecho por el Colegio de Ingenieros Civiles estimó el costo en 315 mil millones de pesos, es decir, 66 por ciento más que el de Texcoco.
Pero eso es historia. Hoy Santa Lucía enfrenta una gran bronca.
La Asociación de Transporte Aéreo Internacional (IATA, por sus siglas en inglés), le metió a Andrés Manuel un calambrazo que no esperaba, al pedirle al Gobierno Federal proveer de apoyos financieros a las aerolíneas nacionales y posponer la construcción de Santa Lucía ante el derrumbe del mercado internacional de la aviación.
El vicepresidente de IATA para América Latina, Peter Cerdá, dijo que en este momento México debe evaluar cualquier proyecto de construcción masiva. “El panorama en la aviación sin duda será distinto a como estábamos cuando salgamos de la crisis. Santa Lucía, por supuesto, sería una de esas iniciativas que diríamos ‘pongamos a la espera’”.
Tras agregar que las aerolíneas mexicanas han reducido hasta en un 85 por ciento sus operaciones y sus pérdidas sobrepasan los 5 mil 300 millones de dólares, Cerdá urgió a López Obrador a proporcionar apoyos financieros a esas empresas.
“Sin medidas de alivio inmediatas, las aerolíneas que hoy operan en México no estarán en condiciones de continuar sus operaciones en los niveles anteriores a la crisis, o en el peor caso, podrían dejar de existir por completo” vaticinó el vicepresidente de IATA.
En pocas palabras; sin apoyos no habrá aviones, sin aviones no hay turismo, sin turismo no hay divisas, sin divisas no hay ingresos, sin ingresos no hay sueldos, sin sueldos no hay trabajo, sin trabajo se detiene la economía y de nada servirá que se haga un aeropuerto sin aeronaves que lo utilicen.
Le guste o no le guste, López Obrador tendrá que dejar Santa Lucía para mejor ocasión.
En cuanto al apoyo que le están solicitando para las aerolíneas mexicanas, (préstamos, garantías y apoyo al mercado de bonos corporativos por el Gobierno o el Banco Central, entre otras cosas), tendrá que desembolsar mínimo la mitad pues de otra forma ningún vuelo nacional despegará del suelo.
Al margen de los pobres que siempre han sido su prioridad, AMLO debe apoyar a 6 millones de empresas agrupadas en pequeñas, medianas y micros que aportan más del 80 por ciento de la fuerza laboral. Debe ver por la clase media a la que tiene en el abandono y por los campesinos y obreros de los que no se ha vuelto a acordar. De ribete, debe dejar de lado su sectarismo y apoyar empresas de ricos como las líneas aéreas que son de superlativa utilidad. No imagino a un productor de lo que sea sin el apoyo de los aviones.
En síntesis, debe usar menos el hígado y más el cerebro. Debe aprender a escuchar y dejar de odiar.
Por el bien del país y porque primero están los pobres (y los demás) Santa Lucía, Dos Bocas y el Tren Maya tendrán que esperar. Si el presidente se encapricha en seguir metiéndoles dinero con la debacle sanitaria y financiera a punto de llegar, la endeble barca de la 4T en la que navega sobre aguas turbulentas naufragará y Andrés Manuel irremediablemente se hundirá.
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