“En el mercado libre es natural la victoria del fuerte y legítima la aniquilación del débil”: Eduardo Galeano.
El PRI no entiende que la mayoría de quienes votaron el 1 de julio lo hicieron por alguien que pensaba igual que ellos. El enojo social lo supusieron como un factor sin importancia y hasta mereció la mofa de los empoderados. La falta de una exégesis asertiva sobre el dolor de sus gobernados se reflejó en las urnas desde las elecciones del 2000 cuando le arrebatan presidencia y 2016, su mayor derrota electoral al perder 7 de 12 gubernaturas en disputa, que se minimizó junto a la debacle del 1 de julio del 2018. Los últimos sexenios (PAN y PRI) convirtieron a los mexicanos en una población antisistema por la falta de ética en el servicio público, propio y en gran parte, por la tecnocracia que deshumanizó las políticas públicas y olvido el deber ser de la política. La estocada final fue la cruenta poda social soterrada que los tecnócratas liberales implementaron en México en la seguridad social, convirtiendo la seguridad pública en negocio, la explotación, tráfico y desaparición forzada de nuevas generaciones, permitiendo a la delincuencia organizada y paramilitar arrasar a la población civil desarmada.
La tecnocracia como forma de gobierno en la que los técnicos toman decisiones en base a una argumentación racional y pensamiento crítico despojaron a los mexicanos de su carácter de personas y los convirtieron en simples estadísticas. Lo más grave, al ver que los sectores sociales y políticos empezaron a tomar distancia desde Miguel de la Madrid, usurparon el poder en los partidos, la política se convirtió en negocio y adquirieron las peores cualidades de quienes habían traicionado la ideología nacionalista revolucionaria tricolor, que hoy sustenta quien les arrebató en las urnas la presidencia de la República.
Los tecnócratas definen los principales objetivos de su revolución social a modo del marketing político: Posicionar a México como un país competitivo mundialmente. Dos, disminuir el déficit en infraestructura social y productiva y tres, la formalización de la economía informal, promoviendo a las Pymes con regímenes especiales. Error fatal, estos técnicos que emergieron en el PRI no entendieron que se les revertiría en mediano plazo el no integrar a los marginados, el crecimiento del abuso de poder, el nulo combate de la corrupción por conveniencia y rehusaron transmutar el estado de cosas que mantiene la desigualdad de oportunidades, sus instituciones.
No obstante las cifras alarmantes de que la brecha de la desigualdad empujaba a un estallido social, el PRI a sus 89 años de edad, llegó a la elección con el mismo talante que los llevó a perder la presidencia en el 2000 y tropezaron con la misma piedra. Soberbios, endogámicos, con una cúpula llena de renegados que infiltró la estructura y a la clase tecnocrática, intoxicando a otros partidos que se derrumbaron también. No dedujo que no hay otra forma de gobernar más que atendiendo las necesidades de las y los mexicanos.
En su blando ejercicio de autocrítica están más abocados a sus guerrillas internas que verse a sí mismos. No asumen que la gente a la que despreciaron y engañaron ya los sepultó.
Para remontar tal condición la nueva dirigenta Claudia Ruiz Massieu trazó la hoja de ruta para transformar al partido, donde llamó la atención que no mencionarán al primer priista de la nación, Enrique Peña Nieto, en un discurso que exhibió algunas incongruencias. Ruiz Massieu convocó a aceptar y describir la realidad y sus fallas “de cuerpo entero” y planteó una gran reforma vía dos grandes procesos: El “Diagnóstico sin inercias, en actitudes y en formas de hacer política” que arrastran desde de la pasada generación; y un proceso de reforma “que no sólo enuncie la tarea y sino las acciones .
Para muchos insuficiente la propuesta que coloca a la militancia como actor eje para virar a un partido horizontal y democrático” si una mayoría de esa estructura, por tanto desdén y agravio, los mandó a la tercera o cuarta fuerza política. Anunció también orden con renovación del Comité Ejecutivo Nacional, Consejo Político Nacional y dirigencias estales y en 2019, la convocatoria para elegir a nueva dirigencia, que implementará la reforma. Actualización de órganos de gobierno y dirección del partido. En los reconocimientos no faltó la postura demagógica al reconocer a quienes los traicionaron, Gobernadores, dirigentes y cúpula, con excepción del Presidente de la República.
El saldo de las urnas para el disfuncional revolucionario institucional es revelador. No sólo se han quedado con apenas 12 gubernaturas, sino con recursos recortados del INE, sin 19 congresos estatales, subrepresentados en el congreso de la Unión, con un presidente que los ignora públicamente; una geopolítica internacional que jugó con todo para contener el estallido social provocado por la corrupción generalizada por la ineficacia de la élite política y que prefirió encauzar o pactar el viraje hacia la izquierda moderada para cancelar la posibilidad de tener un problema en el patio trasero de EU, que ya olvidó el muro porque al tigre lo tienen domado hasta el momento. Haiga sido como haiga sido, México permitió que el PRI regresara para un cambio y no a maximizar la corrupción de sus élites. No lo entendieron.