Reseña

“La forma del agua”, miedo al amor

El amor suele llegar a nuestras vidas en formas muy extrañas, ese sentimiento tan universal y tan discutido a lo largo de la historia de la humanidad, tan trillado y a la vez, fascinante, siempre suele presentarse, una vez más, con muchos matices y con muchas aristas, bajo esta premisa, el director Guillermo del Toro presenta su más reciente producción a la que ha clasificado como un “drama romántico de fantasía”, La forma del Agua.

Situándonos en el contexto histórico de la guerra fría, en el año de 1962, se nos muestra la historia de Elisa, (Sally Hawkins) una joven muda que trabaja como intendente en un laboratorio ultra – secreto del gobierno estadounidense, llevando una vida bastante aislada del mundo, siendo su vecino, Giles (Richard Jenkins) y su compañera de trabajo Zelda (Octavia Spencer) su único vinculo con el mundo exterior.

Todo da un giro cuando una extraña criatura anfibia (Doug Jones) es llevada a un laboratorio con el fin de practicarle diversos estudios y pruebas en lo que el gobierno considera, podría darles una sustanciosa ventaja contra los rusos en este conflicto, sin embargo, las circunstancias llevan a Elisa a formar un peculiar vínculo con la criatura.

Si bien su historia no resulta ser innovadora o vanguardista, si logra dejarnos con ese cuestionamiento respecto lo que nos define como humanos, ser testigos de un lazo tan extraño no nos da más opciones que la de reflexionar respecto a la poca comprensión que aun se tiene de uno de los sentimientos más básicos para la humanidad el “amor”.

Nos presenta de una manera inocente, pero cruda, exponiéndolo como algo mágico e irracional, nos deja pensando sobre lo que concebimos como divinidad y su interacción con nosotros.

Destaca la bien cuidada fotografía de Dan Laustsen, la música compuesta por Alexandre Desplat y, en una humilde opinión, la actuación de Michael Shannon, el cual logra darle mucha profundidad a un villano que en el guion se podía percibir unidimensional y acartonado, sin quitarle ningún merito al resto del elenco.

Aunque el contexto romántico podría provocar aversión en ciertos espectadores, pueden sentirse confiados de que no habrá nada que logre empalagar las pupilas, Del Toro sigue manteniendo ese toque agridulce tan característico de sus trabajos previos y consigue volver a presentar una historia envolvente y mística sin dejar de ser linda, al final la historia si bien no descubre el hilo negro, si resulta lo bastante interesante y hasta fascinante para dejarnos pensando en ella, varias horas después de haber abandonado la sala.

Y es que cuando dejamos atrás ciertos clichés, en los que irremediablemente la cinta cae, nos encontramos con un relato que no teme exponer su peculiar visión del amor, del romance, de la amistad y la lealtad.

Y por si no bastará, La Forma del Agua se atreve a exponer el amor de la manera más honesta que jamás pensaríamos observar: como algo muy bello, intenso y arrebatador, que sacude la vida y el suelo mientras arranca una sonrisa, un sentimiento hermoso, sí, pero de una naturaleza aterradora.