Bernardo Gutiérrez Parra
Uno de los discursos que más se recuerdan en la ONU es el que pronunció Luis Echeverría Álvarez el 12 de diciembre de 1974, cuando presentó la Carta de los Derechos y Deberes Económicos de los Estados. Fue una joya aquello. Se considera un discurso histórico, aunque no por su contenido sino por ser uno de los más largos; Echeverría se chutó casi dos horas en la tribuna.
Antes de la llegada de López Obrador al poder Echeverría era considerado el presidente más hablantín de cuantos han pisado Palacio Nacional. Nadie como él para hablar y hablar y hablar. Nadie como él para justificar una y otra vez sus barrabasadas que llevaron a México al abismo. Daniel Cosío Villegas llegó a decir que la necesidad de hablar del presidente era casi fisiológica.
Quién iba a decir que en ese sentido Echeverría se quedaría a años luz del tabasqueño cuya necesidad de hablar sí es fisiológica.
Ahora que México ocupa la presidencia del Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas, López Obrador lleva su conferencia mañanera a tan distinguida tribuna. ¿Soltará la verborrea que soltó Echeverría? Para nada, pero irá más lejos que don Luis.
Cuando el 11 de octubre le preguntaron de qué hablaría dijo: “Voy a hablar de lo que considero el principal problema del mundo: la corrupción, que produce desigualdad. Sobre eso va a ser mi mensaje”.
Agregó que la corrupción produjo la crisis que padece México y hasta la fecha nada ha dañado más al país que la deshonestidad de los gobernantes pues se convirtió “en una pandemia, en una peste”. Y tiene razón.
A renglón seguido dijo que aprovechará el foro para promover y exportar el modelo de la Cuarta Transformación: “Sí funciona y es sencillo de aplicar en todo el mundo; es cero corrupción, cero impunidad; austeridad, honestidad y combate a la desigualdad social”.
Y en efecto es sencillo de aplicar. Basta con que los líderes de las 193 naciones que conforman la ONU armen un tinglado cerca de sus oficinas, citen a los medios de comunicación y declaren proscrita la corrupción para que ésta se largue de sus países como se fue de México.
Al irse la corrupción de nuestro país (quizá para nunca volver), se provocó un efecto dominó que mandó al diablo la impunidad, la violencia y la desigualdad social.
Gracias a la 4T corrupto que la hace corrupto que la paga. Ya no hay asesinatos dolosos, feminicidios ni masacres. Hasta gusto da enfermarse porque en los hospitales del sector Salud lo que sobran son medicinas y la atención de los médicos muy bien pagados es de primera, como en Dinamarca. Y sobre todo lector, se acabó con la pobreza, una pandemia ancestral que nos flagelaba.
Mienten quienes dicen que en estos tres años se han acumulado más de 100 mil asesinatos dolosos, más de 5 mil feminicidios y más de 3 mil secuestros. No tienen vergüenza los que afirman que la 4T ha fabricado 4 millones de pobres y 2 millones en pobreza extrema.
No saben de lo que hablan los que aseguran que hay 5 millones de desempleados, que escasean las medicinas (sobre todo para los niños con cáncer) y que los médicos hacen lo que pueden con lo poco que tienen para salvar vidas de las garras del COVID. Carecen hasta de abuela las calificadoras que dicen que hemos decrecido en lugar de crecer.
Quienes blasfeman de esa manera abusan de un hombre bueno que ha sido más atacado que Francisco I Madero y cuyo fuerte no es la venganza. Pero eso no impedirá que dé a conocer al mundo la fórmula que ha empleado para hacer de México un país sin violencia, sin inseguridad, con envidiables servicios de Salud, ejemplo mundial en combate al COVID y con crecimiento económico sostenido.
Un país feliz, feliz, feliz gracias a que ya no hay corrupción.
En lo personal celebro que López Obrador no sea egoísta y comparta. A ver si aprenden Suiza, Suecia, Francia, España, Noruega, Inglaterra, Holanda, Japón, Irlanda, Alemania, Canadá, la propia Dinamarca y otros países corruptos, violentos y con desigualdad social, del Milagro Mexicano.
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