Bernardo Gutiérrez Parra
Emilio Lozoya respiró profundo cuando el juez le otorgó 30 días más de gracia para presentar pruebas sobre el caso Odebrecht. Sus abogados habían pedido una nueva prórroga de 60 días que no les concedieron pero no importó; 30 días estaba bien. Hasta ahí la primera parte de lo acordado con la Fiscalía General de la República iba sobre ruedas.
La taquicardia llegó cuando de manera sorpresiva la propia FGR solicitó al juez modificar la medida cautelar de libertad condicional por prisión preventiva justificada “Ah caray, eso no estaba en el libreto” debió pensar. Y en efecto no estaba, como tampoco estaba que se fuera a comer pato pekinés a un restaurante de lujo, lo que sacó de sus casillas a Andrés Manuel López Obrador.
Desde que lo extraditaron de España el gobierno de López Obrador trató a Emilio como una madre trata a su primogénito recién nacido. Hasta antes del restaurantazo, el tabasqueño se refería a él como “el señor Lozoya” mientras que el Fiscal Alejandro Gertz Manero le tenía más consideraciones que las que les debe tener a sus nietos.
Tanto el Presidente como el Fiscal decían que “el señor Lozoya” destaparía la cloaca de corrupción del sexenio anterior en la que varios funcionarios se habían beneficiado del dinero de Odebrecht para su usufructo personal, para financiar campañas políticas y para aprobar la Reforma Energética de Peña Nieto.
En agosto del año anterior se filtró una lista de 17 presuntos sobornados entre los que se encontraban los ex presidentes Carlos Salinas de Gortari, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto, además de Luis Videgaray, José Antonio Meade y Ricardo Anaya. Y el escándalo mediático fue mayúsculo.
López Obrador no cabía de felicidad, no así Gertz Manero que sabía que las acusaciones eran endebles e incluso mentirosas y como fue. El gozo se fue al pozo cuando el juez le dijo a Emilio: “Ok, ahora presénteme las pruebas de corrupción en las que incurrieron esos 17 individuos” y fue ahí donde la marrana torció el rabo.
Lozoya no tiene nada en firme lector. Carece de bases sólidas para comprobar que esas personas fueron sobornadas por Odebrecht. Lo único que hay de cierto sobre los sobornos y eso dicho por un directivo de la empresa detenido en Brasil, es que al propio Lozoya le entregaron 10 millones de dólares a cambio de que los apoyara con contratos desde la dirección de Pemex. Y 500 mil dólares para la campaña de Javier Duarte a la gubernatura de Veracruz.
De hecho Emilio aceptó que recibió ese dinero con lo que cayó en un acto de corrupción. Pero agregó que repartió una parte, aunque esto no lo ha podido comprobar. Tan no tiene argumentos que por cinco veces le vio la cara al juez al pedirle otras tantas prórrogas para presentar las famosas pruebas. Pero en la sexta lo trabaron.
¿Qué tanto pesó aquella cena en el Hunan? Jurídicamente nada; pero políticamente pesó toneladas. Fue la gota que colmó la paciencia del Presidente que le dijo a su fiscal Gertz Manero que si Lozoya no presentaba las tan ansiadas pruebas, lo refundieran en la cárcel y así se hizo.
Quienes quedaron como maridos engañados son López Obrador y Gertz Manero. Su testigo estrella resultó un mentiroso contumaz que los engañó cuantas veces quiso desde hace 16 meses en que llegó de España.
Y sucedió lo que tenía que suceder; desde anoche Emilio Lozoya durmió en el Reclusorio Norte la primera de muchísimas noches. ¿Cuántas? Quizá las que quepan en ocho, doce o treinta años.
Las falacias que disparó sobre los sobornos de Odebrecht eran su tabla de salvación pero se le acabaron. Y sabe que no le queda ni un cartucho más en las cananas.
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