Bernardo Gutiérrez Parra
Cuando el pasado martes la senadora Lilly Téllez dijo frente a la titular de la SSPC, Rosa Icela Rodríguez, que en los dos últimos años México se ha mantenido como el país con más violencia homicida del planeta levanté una ceja. Y cuando a renglón seguido aseguró que de las 10 ciudades con más violencia homicida en el mundo siete son mexicanas, levanté la otra.

¿Sería acaso una exageración de la sonorense?

No, qué más hubiera querido.

Según el Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y la Justicia Penal, de las 10 ciudades más peligrosas del mundo México acapara siete lugares. Celaya ocupa el primer lugar; Tijuana el segundo; Ciudad Juárez el tercero; Ciudad Obregón el cuarto; Irapuato el quinto; Ensenada el sexto y Uruapan el octavo.

Completan el top ten la ciudad estadounidense de St. Louis en el séptimo lugar; la brasileña Feira de Santana que está en el noveno y la sudafricana Cape Town que ocupa el décimo.

“México ya lleva 2 años como epicentro mundial de la violencia homicida y no es una casualidad. En 2019 y 2020 se ha aplicado la peor política de control del crimen por parte del gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador”, dijo en abril de este año el presidente del Consejo Ciudadano, José Antonio Ortega.

¿Por qué es México el país con más violencia homicida del mundo? Porque en la lista de las 50 ciudades más violentas México tiene registradas a 18, por encima de Brasil que tiene 11; Venezuela con 6; Estados Unidos con 5; Sudáfrica con 4; Colombia y Honduras con dos y Puerto Rico y Jamaica con una, contestó Ortega.

Crudo y atroz, pero real el panorama.

Negar la realidad con mentiras y retórica vacua le está resultando contraproducente tanto a López Obrador como a la licenciada en periodismo Rosa Icela Rodríguez.

Por mucho que en Palacio Nacional recurran al desdén, la violencia y la inseguridad ya se adueñaron de medio País. Y no porque lo diga el Consejo Ciudadano, o el Sistema Nacional de Seguridad, o Alto al Secuestro; lo dicen los miles de acribillados, los secuestrados, los desaparecidos, los cercenados, los feminicidios, los robos; lo dice México entero.

Imagina lector lo fregada que estará la nación en seguridad cuando Veracruz, que de acuerdo con el INEGI fue una de las entidades menos inseguras en el tercer trimestre de este año, registró tres homicidios dolosos diarios en agosto. Es decir, 93 en 31 días.

Pero durante su comparecencia, la señora Rosa Icela Rodríguez responsable de la Seguridad y Protección Ciudadana, llevó a la tribuna del Senado cifras alegres y cascabeleras, como que el secuestro bajó en 46.6%, el robo en transporte público colectivo disminuyó en un 37 por ciento (¿sabrán de esto los usuarios de ese transporte en el Estado de México?). Y para Ripley, el robo de hidrocarburos disminuyó un 94 por ciento desde diciembre de 2018.

Caray, con ganas de ponerle una estrellita en la frente a la funcionaria que casi para finalizar su perorata dijo: No venimos a ganar la guerra; venimos a ganar la paz.

La frase hubiera sido digna de enmarcarse en letras de oro, de no ser porque minutos después la senadora panista Lilly Téllez la hizo trizas con datos duros, endiabladamente duros sobre la violencia, desde la más alta tribuna del País.

Le gustaba que le dijeran Comandante

Era el líder más visible del Movimiento del 68, el más parlanchín, el más echado pa´ delante, uno de los más carismáticos y sin duda de los más radicales. Cuando estalló el movimiento tenía 22 años y era estudiante de la Escuela Superior de Economía del IPN.

Pertenecía a la Juventud Comunista y le gustaba que le dijeran Comandante. El 2 de octubre fue detenido en la Plaza de las Tres Culturas y tras su detención “cantó”. Delató a los líderes del Consejo Nacional de Huelga y eso lo marcó para el resto de su vida… y quizá lo marque para siempre.

Nunca participó en las marchas conmemorativas del 2 de octubre, los líderes del CNH lo proscribieron y no volvieron a hablar de él. Cuando por alguna razón su nombre salía a relucir anteponían el calificativo de traidor. Y con ese estigma vivió los restantes 52 años de su existencia.

Luis Echeverría y el sistema priista lo compensaron y trabajó en dependencias públicas, además publicó artículos en algunos medios. Jamás aceptó su responsabilidad en la delación de sus compañeros y dijo que tenía la conciencia tranquila. Pero la balanza nunca se inclinó a su favor y él lo sabía.

Este jueves Sócrates Campos Lemus murió en Monterrey. Pero no murió como héroe porque no lo fue, simplemente murió. Y sólo algunos medios de comunicación le dedicaron apenas unas líneas a su partida.

bernardogup@hotmail.com