En eso de aguantar a presidentes autoritarios los mexicanos están bien curtidos y para ejemplos ahí están Santa Anna, don Porfirio, Calles, Obregón, Díaz Ordaz, Echeverría, Salinas y Andrés Manuel López Obrador, sólo por citar algunos. Lo que no soportan a pesar de su religiosidad, es a un presidente mesiánico. Y AMLO quiere jugar al mesías.

El pasado sábado hasta los panistas se atragantaron cuando se enteraron de su discurso en Etchojoa, Sonora. “El propósito de mi gobierno, es que tengan mejores condiciones de vida y de trabajo para los más necesitados, esto es humanismo, es justicia social, y es también cristianismo. Me van a criticar, pero lo voy a decir. Miren: ¿por qué sacrificaron a Jesucristo? ¿por qué lo espiaban y lo seguían? por defender a los humildes, por defender a los pobres, esa es la historia. Entonces que nadie se alarme cuando se mencione la palabra cristianismo”.

Y no, la palabra cristianismo no alarma a nadie, lo que saca de onda a la raza de bronce es que su presidente los quiera catequizar cuando lo votaron para que gobierne al país. Pero Andrés Manuel no quiere gobernar, quiere predicar y acaba de comenzar en Sonora.

Aunque déjame decirte lector que de esto ya había un antecedente.

Hace unos años y en entrevista con Joaquín López Dóriga, salió a relucir la figura de un carpintero de Nazaret y Andrés Manuel dijo que ese carpintero había sufrido persecuciones “como las que hemos sufrido nosotros”.

-¿Te estas comparando con Jesús?-, le preguntó Joaquín.

-No, no, sólo establezco el paralelismo-, contestó el tabasqueño.

Pero después de lo de Sonora ya no es un mero paralelismo.

Mejorar las condiciones de vida de los mexicanos no es un asunto religioso; es un deber del Ejecutivo Federal que representa. Su obligación como presidente no es andar otorgando perdón a los delincuentes, sino utilizar la autoridad que le confiere la Constitución para meterlos en cintura y a la cárcel.

Jesús hacía milagros y repartía bendiciones. La obligación de AMLO es repartir entre los que menos tienen bienes y servicios que son producto de los impuestos del resto de los mexicanos. Es decir, debe servir de intermediario.

Pero Andrés Manuel quiere ser algo más que eso, al menos así lo dio a entender en Etchojoa.

El totalitarismo con que está ejerciendo la presidencia quizá le está embotando los sentidos. Su deseo por trascender en el tiempo es tan grande, que de seguro la figura de Juárez ya le quedó chica y por eso quiere equipararse con alguien más universal. Y Jesús, el carpintero de Nazaret, está que ni mandado a hacer.

Quizá las pequeñas diferencias estriban en que Jesús no descalificaba ni se burlaba de sus adversarios. Nunca los llamó fifís, nunca los denostó en público y sobre todo, nunca utilizó la mentira como lo hace López Obrador desde el púlpito de sus conferencias mañaneras.

Juárez por su parte, fue un hombre respetuoso hasta de sus enemigos, jamás utilizó la ley en su beneficio ni mucho menos como herramienta para ejercer venganza.

Como seres humanos que fueron tuvieron virtudes y defectos, pero ambos (más, mucho más Jesús que Juárez) están muy por encima, a años luz de la pequeñez y los sueños de opio del tabasqueño.

Andrés Manuel debe aceptar que juró sobre la Constitución y no sobre la Biblia. Debe meterse en la cabeza que está gobernando un país de cien millones de mexicanos que por muy nobles que sean, no se van a dejar pastorear como si fueran ovejas.

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