En la gran mayoría de los casos, la silla presidencial ha resultado una horrible maldición para quien se sienta en ella. Casi todos los presidentes han terminado su mandato defenestrados por la ciudadanía. Un caso paradigmático lo es Luis Echeverría que quiso ser como Benito Juárez y vive olvidado e incluso condenado.
Como presidente fue autoritario, represor, mentiroso y cobarde ya que nunca aceptó la parte de responsabilidad que le tocó en la matanza del 2 de octubre cuando era secretario de Gobernación, y en la del Jueves de Corpus cuando era presidente en funciones.
Su gobierno se caracterizó por el totalitarismo y llegó a tener más poder que cualquier rey medieval.
Casi desde el principio de su mandato se peleó con los empresarios a los que llamó despectivamente “riquillos”; mantuvo bien apergollados a los burócratas, obreros y campesinos gracias a las jugosas prebendas para sus líderes. Los medios de comunicación fueron debidamente censurados y sus dueños debidamente recompensados. Hizo un arbitrario manejo de las finanzas públicas que llevaron al país a una de las peores devaluaciones de su historia y esto trajo como consecuencia que se multiplicara la pobreza.
Pero quiso reelegirse y vaya que se afanó en ese proyecto. Uno de sus más fervientes fans lo fue el líder cetemista Fidel Velázquez Sánchez, quien llegó a decir que sería bueno que se reformara el artículo 83 de la Constitución, porque México se merecía que lo siguiera gobernando Echeverría.
¿Qué dice ese artículo? “El ciudadano que haya desempeñado el cargo de Presidente de la República, electo popularmente, o con el carácter de interino o sustituto, o asuma provisionalmente la titularidad del Ejecutivo Federal, en ningún caso y por ningún motivo podrá volver a desempeñar ese puesto”.
Felizmente los mismos priistas se encargaron de bajarle las ansias y el 1 de diciembre de 1976 don Luis entregó a su sucesor la banda presidencial y el país hecho un desastre.
Cuarenta y dos años después y cuando ya se creían olvidados, regresan los vientos reeleccionistas.
Si con Echeverría la calentura comenzó faltando meses para que terminara su sexenio, con Andrés Manuel López Obrador está bullendo meses después de que comenzó su mandato.
AMLO ha sido tan reiterativo en no reelegirse que cae en la sospecha. Y uno de esos días fue el 25 de julio cuando firmó ante un notario su compromiso de no reelección. ¿Qué necesidad tenía de recurrir a esa ridícula faramalla cuando la Constitución prohíbe tajantemente la reelección de un presidente?
“Andrés Manuel es un tipo astuto que quiere estar más de seis años en el poder, pero no por una reelección, sino mediante una especia de alargamiento de su mandato. Y en una de esas lo puede lograr”, me dijo un analista político.
Este martes el legislador tabasqueño Charlie Valentino León de plano urgió a modificar ya el 83: “No podemos poner en riesgo el bienestar que ya llegó, por eso mismo les pido absolutamente a todos los tribunales, a todas las Cámaras, remover el artículo 83 de la Constitución Política de México, que es el legendario artículo para quede de esta forma: ‘Sufragio efectivo, sí reelección’ porque queremos a Andrés Manuel López Obrador seis años más en la presidencia de la República. Señor presidente, esto es una exigencia de parte del pueblo mexicano, pero si usted no lo quiere tomar como una exigencia tómelo como una súplica de parte de la historia”.
Más rastrero y lambiscón Charlie Valentino, imposible.
Es casi seguro que en su mañanera de este día López Obrador lo recrimine paternalmente y reitere una vez más que no buscará la reelección porque es un demócrata. Pero ¿qué tanta sinceridad habrá en sus palabras?
Al igual que Echeverría, el tabasqueño admira a Juárez y todos los días se mira en el espejo del Benemérito. Pero a diferencia de éste que unió al país en una de las etapas más convulsas de su historia, AMLO lo ha dividido. Y un presidente que divide termina rechazado y repudiado.
López Obrador no se ha tocado el corazón para descalificar, denostar, criticar, exhibir y ridiculizar a quienes no piensan como él. Y los epítetos que endilga a sus adversarios son indignos de un jefe de Estado, como serían indignos de Juárez que jamás actuó de esa manera.
AMLO tiene una gran oportunidad de hacer un buen gobierno porque va comenzando y porque cuenta con un formidable respaldo ciudadano. Pero si en lugar de seguir los pasos de Juárez se empeña en ser como Echeverría, terminará irremediablemente donde la raza de bronce mandó a éste: al basurero de la historia.
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