La pregunta más recurrente a la que di respuesta cuando le conté a mi familia y amigos que sería candidata fue: ¿Qué diablos te pasa? y es que cuando los seres que más amas están preocupados por tu bienestar emocional y tu integridad moral definitivamente hay que responder con seriedad. Todos lo entendieron, incluso me apoyaron.
Si, me cansé de un sistema político decadente, me cansé de quejarme y que no pasara nada, me cansé de sentirme burlada, utilizada, me cansé de proponer y no ser escuchada, realmente me cansé y entonces decidí ser candidata a diputada, decidí intentarlo una vez más, porque creo en la evolución de la humanidad, porque creo en mi país, porque creo que las deficiencias sociales deben dejar de ser carroña discursiva de seres oportunistas, porque creo que los servidores públicos se volvieron inservibles, porque no creo que solo se trate de juzgar, se trata de enseñar con el ejemplo.
¿El reto? por un lado enfrentar un sistema perverso, motivado en intereses miopes y egoístas; por otro convencer a más de cien mil personas fastidiadas y hartas de que aun se puede resarcir tanto daño causado por un mounstroso aparato político que fracturó la confianza, lo más elevado que un ser humano puede tener, todo esto en 30 días y con un presupuesto de estudiante.
Los resultados en las boletas electorales indicaron que no gané la contienda, pero mi reto aun no termina. Los primeros días después de las elecciones me sentí muy agotada físicamente, fui atormentada por mi ego y pensaba en las 2,698 personas que confiaron en mi y que les fallé, dormí un día entero, lloré de impotencia y de miedo, ¿fue buena decisión no negociar con nadie mi candidatura? me preguntaba cuando me vino la preocupación de qué les diría a mi equipo de trabajo, dormí un par de horas más, al despertar vino la respuesta, la claridad de con que armas quiero ganar la batalla, pero sobre todo, cual es el combate. Los traicioneros dejaron de existir.
Una vez alguien me dijo: “Angélica, si quieres comprar tacos, no los busques en la pizzería”. Nunca había sido candidata, ni había estado cerca de alguien que lo fuera, ¿cómo se debe enfrentar el torrente de emociones postelectoral? ¿debería sentir vergüenza? tras una semana de las elecciones me he recuperado físicamente, pero sobre todo me he recuperado anímicamente, ¿qué me devastó? no fueron los resultados, fue el haber puesto todo mi ser en esta aventura, no siento vergüenza, por el contrario, me siento fuerte, con ganas de continuar, porque conocí las necesidades de mi Xalapa, de la gente con la que convivo día a día, quiero seguir construyendo, porque tengo alma de albañil y corazón de arquitecto.
Gracias, la Xalapita no se raja y aquí estoy y aquí estaré, para ti, para mí, para los nuestros.